Egipto: desnudar a la manifestante

Nuria Tesón
19 de diciembre de 2011
EL PAÍS.com

Attacking-veiled-woman
La policía militar egipcia golpea y desnuda
a una mujer velada en El Cairo. / REUTERS
No sé qué me indigna más si el cuerpo semidesnudo de la mujer con la piel blanca expuesta a la mirada de los que la golpean, la pierna alzada del militar que un instante después pisotea el pecho inerme de la muchacha o la sonrisa de los que tiran del lienzo hasta mostrar un sostén azul, vivo, y luego la golpean y la arrastran. Egipto vive estos días un nuevo brote de violencia. Los jóvenes que hicieron la revolución no quieren que los militares gobiernen. La respuesta de la Junta Militar se puede observar en esta imagen tomada por un fotógrafo de la agencia Reuters.
La violencia es igual para todos y en todas partes. Huele a podrido y a sangre y a injusticia y dolor. A veces a ausencias irremplazables. Pero hay una clase de violencia que a veces se ensaña con la mujer y que no es menos deleznable que la otra, pero degrada un poco más al que la inflige.
El sábado pasado una musulmana cubierta con velo islámico acudió a protestar contra el Gobierno militar que está al frente del país desde que Hosni Mubarak renunció el pasado mes de febrero. Tal vez había estado antes en la sentada que los soldados desmantelaron en la calle del Parlamento. Quizá había pasado el tiempo en las tiendas que ese mismo día arrasaron y quemaron los militares. Quién sabe si esa mañana al despertar en su casa por primera vez pensó que debía aportar su granito de arena. Su rostro inmaculado, antes oculto tras el velo y ahora expuesto a la fuerza bruta sigue siendo anónimo. No importa si su pelo es claro, liso o rizado pues para los ojos que miran es el semblante de la brutalidad, el de todas las mujeres a las que, además de molerlas a palos como a cualquier otro manifestante se las violenta con la bajeza del asalto sexual. La imaginación del agresor no conoce límites en estos casos.
En un vídeo que ha corrido por las redes sociales como la pólvora se ve la secuencia completa. Algunos hombres tratan de ayudar a la mujer a huir de sus perseguidores, uno desiste para salvarse mientras otro se queda y termina recibiendo el mismo trato. El mismo, salvo porque los soldados no le arrancan la ropa hasta dejarle desnudo ante el mundo. Ya digo, no piensen que considero que el varón sale mejor parado (le honra jugarse el pellejo quién sabe si por una desconocida), es sólo que la vileza de esa forma de humillación que se dedica a las féminas en las manifestaciones se ha convertido en costumbre. No me gusta la violencia fortuita, ni la que no lo es. Si algo es indudable en las reglas escritas y no escritas de los militares es que los mandos mandan y los soldados obedecen. No importa a quién se culpe después. Los soldados que disfrutan moliendo a palos y desnudando a esta egipcia lo hacen porque alguien les ha ordenado hacerlo. Pero no nos engañemos, ese hecho no les exime de la culpa de verles disfrutar haciéndolo, en manada, como una jauría. Ni el hecho de que uno de ellos intente cubrirla un poco al final y haga señales a los manifestantes para que no lancen piedras y vayan a recogerla.
Las egipcias convocaron ayer una reunión en el jardín de Tahrir para después dirigirse juntas a la primera línea en protesta por lo que consideran "acoso". En las últimas protestas se han repetido los actos de violencia sexual dirigidos a mujeres. No es nuevo. Los policías se encuentran entre los principales hostigadores en las calles de Egipto. Verbal, principalmente, pero ahora también físicamente. El Ejército tampoco se ha quedado atrás.
Los militares egipcios tienen práctica en estas lides. No se había cumplido un mes de la renuncia del dictador egipcio cuando el 9 de marzo pasado 18 mujeres eran detenidas en la plaza de Tahrir y sometidas a palizas, latigazos, electrocuciones y pruebas de virginidad. Salwa Hoseiny, una muchacha hermosa de veinte años con la mirada huidiza y profundamente oscura fue una de ellas. Después de escribir su historia nos hemos visto varias veces y siempre acaba recordando lo ocurrido entre lágrimas. Una doctora del Centro Nadeem para la tortura me decía hace un mes que es una buena señal que Salwa hable de ello.
Más recientemente, durante los enfrentamientos que hace tres semanas dejaron más de 40 muertos y 1.000 heridos en El Cairo, Mona elTahawy, una bloguera y periodista egipcia era retenida por las fuerzas de Seguridad del Estado y agredida sexualmente. Así lo explicaba en su Twitter poco después de ser liberada:
"12 horas con los bastardos del Ministerio del Interior y la Inteligencia militar juntos. Dificilmente puedo teclear, debo ir a rayos X después de que los cerdos de la Seguridad del Estado me golpearan".
"Me rodearon 5 ó 6, me tocaron y pellizcaron los pechos y me agarraron los genitales. Perdí la cuenta de cuantas manos intentaron meterse en mis pantalones"
___________________________________________________

"Todas contra la pared. Os vamos a hacer la prueba de virginidad"

Un oficial del Ejército egipcio reconoce que se examinó a manifestantes detenidas para saber si tenían relaciones sexuales

NURIA TESÓN
El Cairo
01/06/2011
enlace

"Todas de pie, contra la pared. Os vamos a hacer la prueba. En esta mano tengo un palo y en esta una pluma; por las buenas o por las malas os vais a hacer la prueba". Salwa Hosseini tarda casi media hora en poder hablar de esa prueba. Da rodeos. Habla de la revolución egipcia, de Tahrir, cuenta que es peluquera y que se ha quedado sin trabajo, que tiene 20 años, que la detuvieron el 9 de marzo, la electrocutaron, la llamaron "puta". Lo que más le dolió, dice, fueron los insultos: "Más que me pegaran".
Cuando al fin habla de lo que ocurrió al salir de aquella celda, cuenta la historia entre sollozos, como un chorro que no puede parar hasta agotarse. La prueba. Un test de virginidad en una cárcel a manos de un médico, en medio de un corredor, rodeada de soldados. Ella y otras ocho mujeres egipcias. "Nos amenazaron con acusarnos de ser prostitutas", afirma. Las nueve que reconocieron haber tenido relaciones sexuales fueron dejadas aparte. "Me puse a gritar como una loca, estaba histérica, no quería que me tocaran. El médico se asustó, pero el oficial al mando le ordenó que hiciera su trabajo", relata.
Una denuncia de Amnistía Internacional a finales de marzo alertaba de lo ocurrido a las chicas. Entonces un militar egipcio, Iman Amr, negó todas las acusaciones, pero ayer un oficial de alto rango revelaba a CNN, bajo condición de anonimato, la veracidad de la acusación. Al parecer los controles de virginidad se hicieron para que las mujeres no pudieran decir después que habían sido violadas por las autoridades egipcias. "No queríamos que dijeran que habían sido asaltadas sexualmente o violadas, queríamos demostrar que no eran vírgenes desde el principio", dijo el general. "Ninguna de ellas lo era", argumentó el militar. "Las chicas que fueron detenidas no eran como su hija o la mía. Eran las chicas que habían acampado en tiendas de campaña con los hombres que se manifestaron en la plaza de Tahrir". Este reconocimiento es para Amnistía Internacional "una justificación totalmente perversa de una forma degradante de abuso". En su opinión, las mujeres fueron sometidas a "nada inferior a cualquier tortura".
A estas alturas nadie duda de que la revolución egipcia lleva dos marchas: una, la de las reformas políticas y la carrera electoral que el Ejército, que gobierna desde la caída de Hosni Mubarak, se esfuerza por completar lo antes posible; y otra, la de los derechos humanos y las libertades que siguen siendo vulnerados a diario por esos mismos generales. El 9 de marzo los militares mostraros sus cartas. Aquel día, a punto de cumplirse un mes de la caída de Mubarak, que dejó el poder el 11 de febrero, los últimos de Tahrir, los restos del campamento que ganó el pulso al faraón, fueran violentamente desalojados, golpeados y detenidos por la policía militar. No solo ellos, casi cualquiera que pasara por allí en ese momento corrió el riesgo de ser detenido.
Entre las casi 200 personas que acabaron aquel día en los sótanos del Museo de El Cairo, donde el cuerpo policial del Ejército tuvo sus oficinas durante y después de la revuelta, hubo 18 mujeres. Hubo palos para todos, pero a 17 de ellas les esperaba aún otra humillación: la de probar su inocencia con la comprobación de que su himen permanecía intacto.
Dos días después fueron llevadas ante un tribunal militar y para el 13 de marzo ya estaban en libertad con cargos de conducta desordenada, destrucción de la propiedad y tenencia de armas. Salwa no puede contener su impotencia. Poco le importan los cargos cuando piensa en cómo los soldados "miraban y hacían fotos de las mujeres desnudas".