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Casos Reales de falsos culpables

No conocemos estadísticas sobre la incidencia de falsas identificaciones en España. Sin embargo, un repaso a las hemerotecas muestra algunos de los casos que en los últimos años han sido más comentados por los medios de comunicación. Su análisis debería permitirnos aprender de los errores. 

El homicida de la calle Valderribas 
El 17 de marzo de 1984 un grabador de joyería, Aureliano M., fue asesinado en Madrid en presencia de su mujer y sus dos hijas, tras un intento de robo. El asesino huyó con el coche de la víctima, que fue encontrado horas después abandonado con las llaves puestas. El homicida fue descrito por las víctimas como un joven con la cara marcada por señales de viruela. Posteriormente, un mendigo declaró haber visto en las inmediaciones del lugar de los hechos a un joven con la cara picada de viruela, del que sólo sabía que vivía en Vallecas. Tras presentarle un fotografía de Mariano de la A. el mendigo aseguró que era la misma persona. Más tarde, otros siete testigos, entre ellos los familiares del fallecido, también reconocieron al joven por la misma fotografía. Conducido a instalaciones policiales, Mariano participó de una diligencia de reconocimiento en rueda junto con otras personas, que según algunos de los participantes no se le parecían, y fue señalado por los siete testigos. Aunque Mariano parecía tener una coartada, ya que amigos suyos manifestaron haber estado con él en el cine cuando se produjeron los hechos, y las huellas encontradas en el vehículo sustraído no coincidían con las suyas, le fueron imputados los hechos e ingresó en prisión. Sin embargo, la contradicción entre las identificaciones oculares y las pruebas dactilares llevó al juez de instrucción a solicitar de la policía la continuidad de la investigación. Una huella de un dedo pulgar de la mano izquierda, encontrada en el billetero de la víctima que el homicida abandonó vacío en el automóvil con el que huyó del escenario del crimen, permitió al Gabinete Central de Identificación de la Policía identificar 84 días después a Florencio A., con una amplia ficha policial, como el verdadero autor de los hechos. Florencio reconoció los hechos y Mariano fue absuelto del crimen que no cometió pero del que fue acusado debido a las erróneas identificaciones realizadas por los testigos.
¿Qué factores contribuyeron a esos errores? Un llamativo detalle de la apariencia de Mariano era también característico de Florencio. Ambos tenían la cara picada de viruela. El hecho de que a los testigos se les enseñara únicamente la fotografía de Mariano, donde se apreciaba este rasgo, llevó a un error que consolidaron las sesgadas ruedas de identificación posteriores, ya que en ellas era el único componente con esta características. 

El asesino de la baraja 
Durante dos años se cometieron en Madrid varios asesinatos, aparentemente todos ellos cometidos por la misma persona que tenía como firma una carta que dejaba en el lugar de los hechos. Fue conocido como el “asesino en serie de la baraja”. En mayo de 2003 fue detenido Francisco Javier A., que encajaba con la descripción que los testigos habían realizado, y fue identificado en fotografía por una testigo. El reconocimiento era la única prueba en su contra, ya que no se encontró el arma y Francisco Javier tenía coartada. En la rueda de reconocimiento practicada dos días después en el juzgado, la testigo se reafirmó en su identificación. Se decretó su ingreso en prisión, sin embargo fue puesto en libertad a las pocas semanas, y tiempo después se detuvo a Alfredo G. que se confesó autor de los hechos. 
Identificar a una persona vista durante sólo unos instantes, en condiciones de alta ansiedad y durante un suceso en el que la presencia de un arma acapara gran parte de nuestra atención en detrimento de un procesamiento suficiente de la apariencia del agresor, suele ser una tarea extremadamente difícil en la que pueden cometerse falsas identificaciones. Por otro lado, aunque las descripciones son fundamentales para iniciar la búsqueda de un sospechoso, también pueden sesgar las diligencias de reconocimiento posteriores. 

El violador del ascensor de Alcorcón 
Durante 1991 y 1992 se produjeron en Alcorcón una serie de 21 violaciones con características parecidas.  Los hechos se producían en el interior de ascensores, por lo que se bautizó al agresor como el “violador del ascensor de Alcorcón”  (para diferenciarlo de otro similar en Galicia). Tres menores fueron identificados como autores de las agresiones.
Por la juventud estimada del agresor, se procedió a mostrar a las víctimas fotografías de los alumnos de colegios e institutos de bachillerato de la zona, por si fueran capaces de reconocer entre ellas a su agresor. En mayo de 1992, Raúl S., de 16 años, fue identificado por algunas víctimas. Estos reconocimientos fueron ratificados en posterior rueda de reconocimiento en dependencias policiales. Raúl ingresó en prisión. Sin embargo, las violaciones siguieron produciéndose en Alcorcón.
En octubre de 1992, otro adolescente de 15 años fue identificado por tres víctimas de las agresiones entre fotografías de alumnos de colegios e institutos de la zona. Puesto a disposición de los padres en tanto se aclaraba su posible participación en alguno de los delitos, el menor después ingresó en un centro de menores. En noviembre y mientras los dos adolescentes seguían recluidos se cometieron dos agresiones más; mes y medio después de su internamiento el menor de 15 años fue puesto en libertad, mientras Raúl continuaba en prisión. 
Meses después, en marzo del año siguiente y tras cinco violaciones más, un tercer menor, de 14 años, fue identificado espontáneamente por una de las víctimas. El joven estaba jugando en unos billares cuando una mujer le reconoció como el autor de un intento de agresión en septiembre pasado. Su marido y varios vecinos le retuvieron hasta que llegó la policía e hizo la detención. El joven fue reconocido también por otra víctima, a la que presuntamente robó e intentó violar una hora antes de la detención. Varios objetos de las víctimas fueron encontrados en su poder y el menor reconoció su culpabilidad.
A finales de marzo de 1993 y cuando cumplía ya 10 meses desde su ingreso en prisión, análisis de sangre y semen demostraron que Raúl era inocente, por lo que fue absuelto de las violaciones y puesto en libertad. Aparentemente ambos adolescentes tenían un cierto parecido, hasta el punto de que Raúl fue identificado "sin ningún género de dudas", como autor de agresiones cometidas mientras estaba en la cárcel, aunque su altura no encajaba con las descripciones de las víctimas. Claramente se produjeron varios errores en las identificaciones que llevaron a los dos primeros sospechosos a ser recluidos. No obstante, un portavoz de la policía afirmó: "No fuimos nosotros los que nos equivocamos, sino las mujeres que los identificaron. Tuvimos que rastrear entre las fotos de los colegios y los institutos porque era la única manera de encontrar a jóvenes sin antecedentes con los datos que las agredidas nos daban". (Cañas, 1993)
La Audiencia Provincial de Madrid en la sentencia de absolución de Raúl reconoce que se cometieron algunos errores. Algunos de los reconocimientos fotográficos se realizaron con varias mujeres a la vez, que habrían identificado falsamente guiadas por la certeza de una de ellas. En las identificaciones en rueda realizadas posteriormente en las dependencias policiales, Raúl compareció en la prueba con otros jóvenes con los que no guardaba ningún parecido. Así pues, en este caso, las fotografías pudieron afectar gravemente a las identificaciones posteriores, así como la composición de las ruedas de identificación y otros factores del sistema de investigación. 

Un erróneo violador de menores 
Durante cinco años Francisco Javier G. estuvo en prisión por una violación a un menor de nueve años que no cometió. La agresión tuvo lugar el 2 de agosto de 1999 en Algeciras (Cádiz), según los hechos probados de la sentencia un hombre se acercó en la calle a la víctima y le preguntó por una dirección, el menor subió al coche para indicarle, el agresor le llevó a un descampado y le obligó a practicarle una felación. La prueba de cargo fue la declaración del menor, que reconoció al acusado en cuatro ocasiones. Según los informes periciales "el menor no fabulaba en sus declaraciones incriminatorias". Dos testigos pudieron demostrar en 2003 que Francisco Javier era inocente.
¿Qué capacidad tiene un menor de nueve años para identificar a un desconocido? ¿qué pruebas periciales pueden establecer la identidad de una persona a partir de las declaraciones de los testigos o víctimas? Estas dos preguntas son la clave para entender este caso. En los capítulos 6 y 10 trataremos de encontrar respuestas. 

El violador de Salou 
Adil D. fue detenido en 2002 como presunto autor de una violación cometida en la playa de Salou. La víctima fue una joven de 20 años de edad violada por tres personas en la madrugada del 20 de junio en unas escaleras poco iluminadas que bajan a la playa. Los agresores la tiraron la suelo, la dejaron semi-inconsciente y la amenazaron con una navaja. Al describir a sus agresores la víctima afirmó que “hablaban árabe” y que “sus rasgos revelaban su origen norteafricano”. Al día siguiente la víctima salió en un coche de la Guardia Civil a buscar a los agresores. Al pasar por delante de un bar en la calle Murillo creyó reconocer a Adil como una de las tres personas que la habían violado. Sin embargo la participación de Adil en las agresiones no estaba clara. Dos compañeros de piso de Adil afirmaban que la noche de los hechos vieron una película juntos en casa antes de irse a dormir y permanecieron en la cama hasta el día siguiente. En el juicio oral, la víctima declaró: “tengo dudas sobre los reconocimientos de la calle Murillo” y “dudo sobre las características del agresor”. Se constató que el lugar donde ocurrieron los hechos estaba demasiado oscuro . Por último, los análisis de ADN demostraron que el acusado no violó a la mujer. Dos años y cuatro meses después de su detención Adil fue puesto en libertad.
¿En las condiciones en las que se produjeron los hechos, de madrugada y tras recibir un golpe que dejó a la víctima semi-inconsciente, permiten percibir claramente los rasgos de los tres agresores? ¿Es difícil identificar a personas de otra raza? ¿Las condiciones del reconocimiento en la puerta de un bar, de una persona “árabe” vista desde un coche fueron adecuadas? Los procesos atencionales y perceptivos condicionan la capacidad posterior de identificación. 

El atracador de Gijón 
Jorge O. fue condenado en 2005 a siete años de cárcel por dos robos. Sin embargo las víctimas, después de haberlo reconocido inicialmente como el autor de las agresiones, se desdijeron e identificaron a otra persona. Durante el mes de febrero de 2004 se cometieron en Gijón varios robos en comercios a punta de navaja. Se trató de identificar al autor enseñando fotos de los álbumes policiales a los testigos. Dos de las víctimas creyeron reconocer a Jorge como la persona que les atracó, aunque no estaban seguras del todo. Una de ellas afirmó en el juicio oral que finalmente lo señaló en la fotografía porque la policía le dijo que había robado en otros sitios. Y que en la rueda de reconocimiento lo identificó “con total seguridad” porque lo recordaba de la fotografía. Jorge ingresó en prisión, pero durante ese tiempo los atracos continuaron. Con posterioridad la policía detuvo a Miguel R. como autor de 24 atracos. Tras su detención, se citó a una de las víctimas anteriores para enseñarle la foto de Miguel. En esta ocasión no dudó, afirmando que estaba segura de que era éste quien la había atracado y que se había equivocado al identificar a Jorge porque ambos tenían marcas de granos en la cara. Miguel fue condenado por todos los atracos, excepto por el cometido a esta víctima porque el fiscal no presentó acusación argumentando que si la testigo había reconocido “sin ningún género de dudas” a dos personas, el testimonio no era fiable. Tras dos años y medio en prisión Jorge abandonó la prisión en junio de 2008, beneficiado de la suspensión de la ejecución de la pena mientras se tramita su solicitud de indulto. 

El violador de Fuerteventura 
Roberto E. ha permanecido en prisión durante tres años acusado de violación hasta que el Tribunal Supremo lo absolvió en mayo de 2006. Pruebas de ADN practicadas sobre rastros de sangre y semen demostraron su inocencia. La única prueba contra él fue la declaración de la víctima, que lo identificó en una rueda de reconocimiento “sin ningún género de dudas”. La víctima fue agredida el 19 de agosto de 2003 cuando llegaba a casa del trabajo, sobre la una de la madrugada. Entonces un hombre le preguntó por una dirección y ella se lo indicó mientras seguía caminando. El agresor se despidió pero, acto seguido, la cogió por detrás y le rodeó el cuello hasta que perdió el conocimiento. Cuando lo recuperó, estaba al lado de un pequeño muro, donde fue violada mientras el agresor amenazaba con matarla. La víctima identificó a Roberto. La víctima le reconoció primero en un álbum fotográfico de la policía (había sido detenido como sospechoso de dos delitos meses antes, aunque nunca fue juzgado), lo señaló de nuevo en la rueda de reconocimiento y posteriormente también el día del juicio. Sin embargo, su aspecto físico no se correspondía con la descripción que había facilitado la víctima de su agresor. En su denuncia manifestó que era “una persona joven de 20 a 25 años, de raza magrebí, pelo corto negro, frente estrecha sin entradas, ojos saltones y 1,75 cm de estatura”. Después, ante el juez de instrucción afirmó que “no se había fijado mucho en la persona e insistió en que el agresor era de origen magrebí”. Roberto, que entonces tenía 21 años, mide 1,63 cm y es ecuatoriano.
¿Qué papel juega la descripción en la identificación de una persona? ¿intervienen los mismo factores en la descripción que en la identificación? ¿es más fiable una identificación si el testigo se ratifica en varias ocasiones? Como vimos en el caso del “asesino de la baraja” , el papel de las descripciones en la investigación criminal y de las identificaciones posteriores puede ser de gran importancia. 

Un parecido razonable 
Algunos casos reales de falsas identificaciones podrían deberse al parecido del sospechoso con el verdadero autor de los hechos. En la medida en que se utiliza como prueba de identificación únicamente la apariencia de la persona que participó en los hechos, puede ocurrir que existan varias personas con un cierto parecido. Hace algunos años un programa de televisión se ocupó de buscar parecidos razonables de la audiencia con personajes famosos, la semejanza entre algunos de ellos era asombrosa. En cualquier caso, estos errores se deben a tomas de decisión basadas únicamente en la identificación ocular de los sospechosos y a procedimientos inadecuados a la hora de llevar a cabo las pruebas de reconocimiento. Ruedas de reconocimiento bien construidas podría minimizar este tipo de errores. Los procedimientos que puedan dar lugar a respuestas de los testigos basadas en juicios relativos al parecido de los componentes de una rueda o de las fotografías en un álbum con la imagen que del autor de los hechos recuerdan, incrementarán la confusión en el caso de que exista algún sospechoso con características similares al autor de los hechos.
Esta parece ser una de las claves de uno de los casos que ha acaparado más atención durante las últimas décadas. A principios de los años noventa se sucedieron varias agresiones, que incluían violaciones y robos, en diferentes lugares de Barcelona. Dos de las víctimas de 14 y 15 años de edad, que fueron asaltadas cuando esperaban el autobús en Cornellá, describieron a los agresores de la siguiente forma: 
Víctima 1: "Que del hombre de mayor edad recuerda que tendría unos cuarenta años de edad, de altura normal, si bien no puede precisar más concretamente, complexión normal aunque algo obeso, pelo color oscuro, aspecto agitanado, vistiendo una cazadora de piel de color marrón"
Víctima 2: “El conductor, que la violó a ella, era de unos 45-50 años; 1'70 mts; complexión normal; para ella calvo en la parte superior, para [Ana], pelo corto castaño oscuro, liso; ojos achinados; pequeños; marrones oscuros; prolongados en la parte externa y con arrugas en dicha parte; cazadora de cuero marrón; guantes de lana; hablaba español con acento cuando se dirigía a ellas, y árabe o similar cuando lo hacían entre ellos. El acompañante era de unos 25-30 años ..." 
Algún tiempo después, dos marroquíes que parecían encajar en las descripciones fueron detenidos en Tarrasa y Barcelona: Ahmed T. y Abderrazak M. Las dos víctimas de Cornellá más las de otras violaciones les identificaron en rueda de reconocimiento como sus agresores e ingresaron en prisión acusados de varios delitos de robo, violación, agresiones y detención ilegal. La principal prueba para la condena fueron las identificaciones realizadas por las víctimas. Identificaciones que, desde el punto de vista de la Psicología del Testimonio, presentaban algunos defectos graves: al parecer la fotografía de Abderrazak apareció en la prensa antes de que las víctimas participaran en las diligencias de identificación; las agredidas pudieron ver a Ahmed esposado, justo antes de practicarse las diligencias; y en la composición de la primera rueda las personas que comparecieron junto a este último no guardaban características similares, según una de las víctimas. Además, las ruedas de reconocimiento con las víctimas de Cornellá se repitieron en varias ocasiones, con un incremento de la familiaridad del sospechoso y su seguridad en los reconocimientos cada vez que se repetía el procedimiento. Las dos primeras ruedas se realizaron con los mismos componentes, aunque en distinto orden, solo con unos minutos de diferencia. Al día siguiente, se realizó una nueva rueda en el Juzgado de Instrucción en Barcelona, donde confirmaron las identificaciones previas.
Tras el juicio oral, la sentencia que concluía con la condena de Ahmed fue argumentada en los términos siguientes:
“...la autoría del procesado, como se ha dicho, queda perfectamente acreditada por las categóricas y terminantes declaraciones de ambas mujeres identificándole como autor de los hechos, declaraciones prestadas con tal seguridad y firmeza, que la Sala, con la inmediación que comporta la práctica de la prueba en el juicio oral, considera de una total credibilidad para fundar en ellas la comisión de los hechos por parte del acusado”.
En esta época no se practicaban análisis de ADN, pero los análisis periciales practicados sobre los restos de semen recogidos tras las violaciones permitieron a la policía científica establecer que no correspondían con Ahmed ni Abderrazak. En alguno de los casos por los que fueron imputados esta prueba fue suficiente para absolverlos, sin embargo no fue así en el caso de las víctimas de Cornellá. En cualquier caso, agresiones sexuales de características similares siguieron produciéndose en la misma zona, mientras ambos estaban en prisión. La policía seguía buscando a dos “árabes” como autores de los delitos. En 1995 fue detenido uno de los autores de estas nuevas agresiones, el español Antonio G. Su extraordinario parecido con Ahmed dio lugar a que se practicaran algunas pruebas de reconocimiento con algunas de las víctimas de los casos por los que Ahmed y Abderrazak estaban cumpliendo condena. Como algunas de ellas identificaron en esta ocasión al español  Antonio G. como el autor de las agresiones, se solicitaron pruebas de ADN que ya entonces se practicaban de forma habitual, para aquellos casos en los que se guardaban restos biológicos. Los resultados de estas nuevas pruebas fueron concluyentes: Antonio era el autor de algunas de las agresiones. Una revisión de estos casos implicó en 1997 la absolución de ambos, pero se mantuvieron las condenas para aquellos en los que no se pudieron practicar los nuevos análisis. Abderrazak murió en prisión en 2000 y Ahmed ha salido recientemente tras haber cumplido parte de la condena y pasar a tercer grado. Tanto Ahmed como Abderrazak afirmaron siempre su inocencia y varias pruebas y circunstancias así lo parecían demostrar. 

Más parecidos razonables 
El caso de Ahmed, no es el único donde el parecido entre el sospechoso y el autor real de los hechos ha dado lugar a falsos culpables.
Un abogado de Orense, José Manuel R., fue acusado de 15 atracos a bancos tras ser reconocido en fotografía y después en rueda por testigos de los hechos, durante 1996 y 1997. En febrero de 1997 la policía detuvo a otra persona, Fernando A. P. cuando se disponía a atracar una oficina de Caixa Galicia en Vedra. El parecido entre el verdadero autor de los hechos y el abogado contribuyó a la falsa identificación.
En 1998, un joven moreno, bajo y robusto detuvo su ciclomotor en una gasolinera en las afueras de Tarrassa, se tomó un café y conversó un rato con una empleada, contándole que trabajaba en una pastelería de Rubí. Al parecer ese mismo hombre volvió una semana después a esa estación de servicio y empuñando un destornillador, arrebató el dinero de la caja y empujó a otra de las dependientas hasta un cuarto, donde la agredió sexualmente. Los hechos duraron en torno a un cuarto de hora. Los únicos indicios para localizar al autor fueron los datos de la conversación previa, restos de semen y 12 fotogramas de la cámara de seguridad de la gasolinera. La policía recorrió la zona con las fotografías y la empleada de una pastelería creyó reconocer a Miguel, de Tarrasa, que fue detenido. Se practicó una rueda de reconocimiento, donde las dependientas de la gasolinera le identificaron. El juez decretó su ingreso en prisión por robo con intento de violación y agresión sexual. Estando en prisión, otro preso se le acercó un día: ”Eres igual que uno de Rubí”. Su coartada, un certificado médico (en el que se detallaba que el día de los hechos Miguel tenía el brazo derecho escayolado, mientras que la cámara de seguridad de la gasolinera mostraba que el autor de los delitos no llevaba escayola), más las pruebas de ADN, probaron que Miguel era inocente. Casi un mes después quedó en libertad.
En el caso de Ahmed y Abderrazak, y en estos otros, vemos como la identificación de una persona no puede realizarse en base a parecidos, porque tanto en los álbumes de fotos como en las ruedas de reconocimiento siempre puede haber alguna persona que se parezca al autor de los hechos. Los procedimientos que seguimos al utilizar estos medios y las instrucciones que se dan a los testigos serán muy importantes para evitar falsos culpables. 

El mendigo gaditano 
Recientemente ha habido cierto revuelo cuando se ha conocido que un mendigo gaditano, Rafael R., estuvo en prisión durante trece años por unos delitos que no cometió. Los hechos tuvieron lugar en el Puerto de Santamaría donde se sucedieron varias agresiones sexuales a mujeres. La primera violación ocurrió en julio de 1995, pero fue en agosto cuando una nueva víctima, de 18 años, regresaba a su casa de El Puerto de Santa María de madrugada en un ciclomotor. Unas piedras colocadas en su camino le hicieron frenar y entonces cayeron sobre ella dos encapuchados vestidos con chándal oscuro y zapatillas que le obligaron a punta de navajas a ir a un bosque. Según la víctima, “uno de ellos era gordo y barrigón, con la cara suave y problemas de erección”. El otro era más alto y delgado. Tras atarla sus agresores la violaron durante varias horas. Pero en un descuido arañó a uno de los agresores y le quitó parcialmente la capucha, pudiendo ver su mirada y que “tenía un defecto muy peculiar en la vista”. Este detalle llevó posteriormente a detener a Rafael R., un joven toxicómano y mendigo conocido de la policía con un problema de estrabismo. A la víctima le enseñaron varias fotografías de los álbumes policiales en las que sólo Rafael aparecía con un defecto en la vista. La víctima lo reconoció, tanto en foto como en rueda, y creyó reconocer también su voz. Rafael ingresó en prisión acusado de ésta y otras cuatro violaciones. Pero como en otros casos, hasta siete nuevas agresiones sexuales entre enero de 1997 y junio de 1999 se cometieron mientras Rafael estaba en prisión. En 2000 el Instituto Nacional de Toxicología tras revisar las pruebas de ADN concluyó que los restos de sangre y semen no eran de Rafael. En junio de 2007, un hombre llamado Fernando P. fue detenido. Su perfil genético coincidía con el hallado en el caso por el que Rafael fue condenado. Fernando es bajo, gordo, tiene un ojo más grande que otro y la mirada hundida (quizá la mirada peculiar que recordaba la víctima). El compañero de agresiones de Fernando también fue identificado, estaba en la cárcel por agredir sexualmente a una hija, Juan B., es alto, moreno y con bigote (tal y como lo recordaron algunas víctimas) y su ADN coincidía con una de las violaciones.
Como hemos visto en otros casos, compartir rasgos con otra persona podría llevar a falsas identificaciones, pero además ¿qué capacidad tenemos para identificar a un desconocido por su voz? Algunas investigaciones muestran que nuestra capacidad para identificar por la voz es bastante escasa.

*Manzanero, A.L. (2010). Memoria de Testigos. Madrid: Ed. Pirámide